The Fable of Diogenes

The Fable of Diogenes
Maravillosa obra de Castiglione Giovanni Benedetto




Menipo




















Rostro de Menipo: Obra de Velázquez.


Ahí lo ven, con la enmarañada barba de un sabio urbano, con el brillo de la ingenuidad protegida concienzudamente; cubriendo su cabeza, ya que no tiene techo que lo proteja de las tempestuosas lluvias del invierno; alza la mirada, (como la alzó el diminuto Diógenes para ver al magnánimo Alejandro) ya que sólo así puede ver el quínico a ese otro que le va al encuentro, mira desde abajo, desde la pequeñez, desde la anti-potencia, desde la sencilla y frugal vida de un sabio autárquico. Pero no deja de enfrentarse al pre-potente que desconoce, no esconde su frente, y con la insolente desvergüenza de un perro, observa fijamente con sonrisa ambigua, la atrabiliaria sonrisa de un mendigo feliz, la melancolía furiosa, el furor divino, ese gesto saturnal que nuestra tradición se niega a comprender, la sal negra con la que nos habla Bión Borístenes, el condimento de una vida que se enfrenta al concepto de felicidad como thanática apatheia, se le grita un “sí” a la existencia felizmente amarga, y así como el Cancerbero da uso a sus pesadas mandíbulas para arrastrar a los temerosos muertos al Hades, Menipo muerde con sus humoradas al ataráxico que no despierta de la pseudomuerte y que no termina de morir.



Velázquez lo ha comprendido perfectamente y lo manifiesta en su retrato, Menipo no sólo es el padre de una determinada manera de expresarse literariamente, no sólo es el fundador de la retórica serio-cómica (menipea), el germen del verdadero “humor negro” (el único humor que existe) como género literario, no sólo inspiró personalidades impresionantes como Varrón, Luciano e inclusive Swift, sino que, además de verbalizar perfectamente el hermoso y grotesco sentir de las tripas frente a los convencionalismos, no ha permanecido escondido tras la conformista pluma del crítico cínico-señorial, sino que ha sabido argumentar con una existencia auténticamente quínica, ha llevado un “bios kinikos”, que pesa infinitamente más que cualquier palabra, así como pesa más el vomito de una nausea, que el flatus de una meditación. Menipo es el primer punto de encuentro entre la visceralidad material, y la idealidad verbal. Por lo tanto, Platón no podría objetarle a Menipo, que no tiene los ojos necesarios para ver la “meseidad”; si no la ve, es porque no existe.



Nos aconseja este digno médico humoralista:

“Obrad rectamente pasando hambre, sed y frío y durmiendo en el suelo, porque es lo que dispone la ley de Diógenes, quien la escribió en conformidad con Licurgo, el legislador de los lacedemonios. Y si alguno de vosotros la desoye, será entregado a la enfermedad, al mal de ojo, al pesar y a todos los males de esa clase. Y se adueñarán de ellos la gota, ronqueras y ventosidades, como truenos, por abajo, porque profanaron la ley justa y divina del Sinopense”

Menipo, Epístola a los propietarios del Zurrón”.



La gota en la sangre, la ronquera con la flema y las ventosidades que son humo… ¿No estamos hablando aquí de una recomendación de carácter hipocrático-humoral?

2 comentarios:

Unknown dijo...

Se agradece la labor desempeñada en la recopilación de los fragmentos y otros textos sobre los cínicos. Y siento que hayas abandonado el proyecto, puesto que observo que desde 2013 no has vuelto a publicar nada. Lástima, es un magnífico blog.

Unknown dijo...

Perdón, quise decir 2011. Lapsus